Rojo Cabello

on 9:37


Sentado en la plaza observaba, en estado de tranquilidad, alegre y sereno, el pasar de la gente, el ir y venir de los autos, el sonido del agua cayendo, el ruido de las palomas al levantar vuelo, las voces de tantas personas alrededor. Sentía el frío aire de primavera, el clima perfecto para mí. Abstraído del mundo, tal vez por la música en mis audífonos, tal vez por el cansancio de tantos días caminando, o simplemente porque no tenía preocupaciones, porque era, como siempre he sido, libre. Y justo así fue como te vi. Sentada allí, tan abstraída como yo, irreverente, viendo todo y viendo nada, libre, como siempre has sido y serás. Y recuerdo esa imagen tan eterna, que quedó, para siempre, grabada en mi. Sentada, ligeramente inclinada hacia delante, con tu cara apoyada entre tus manos, tu pelo rojo cayendo por la espalda, protegiéndote del mundo como un manto mágico, y a la vez deslumbrándome, haciéndome sentir, el irresistible deseo de ver tu rostro, de acercarme a ti.

Cuanto tiempo paso, no lo sé, pero se que lo disfruté, hasta sentir la alarmante necesidad de hablarte o perderte para siempre. Que mochila tan hermosa, te dije, y tú, como si nos conociéramos, sólo dijiste, la hice yo misma. Y la inevitable pregunta, hecha mil veces a cada minuto, en la inmensa ciudad de Londres, surgió, “De donde eres?“ Tallin, la capital de Estonia, respondiste. Llegue hace 2 horas y creo que era como lo imaginé, después de tantas historias, este es Londres. Y yo pensé, si, esto es Londres, esta plaza, esta gente, estos carros, pero más que nada, este momento, tú.

Me contaste miles de cosas sobre ti, con ese acento tan extraño, tan imperfecto pero exquisito, y me alegraba ser parte de tu nueva experiencia, de tu Londres, de tu viaje. Caminamos lejos de Picadilly, en interminables círculos dentro de la zona 1, rozando la 2, volviendo a la 1. Cenamos parados entre mucha gente, rápidamente, luego comimos helados de extraños sabores mientras veíamos el amor expresarse en cada pareja de novios, a nuestro alrededor, besándose, abrazándose.

Nos metimos en un local, tomamos. Poco a poco fueron más y más los roces inocentes, involuntarios, entre nuestras manos. Tus dedos, largos, delgados, perfectamente compatibles con los míos, finalmente se entrelazaron y asumieron este estado como el normal. Tu cuerpo, delicado, frágil, de la medida exacta para poder abrazarte y crear el espacio perfecto en mi, para ti.

Y así, abrazados, nos mantuvimos lo suficiente como para sentir el deseo de probar nuestros labios en un largo beso. Largo, sumergidos en una espesa sensación de placer, en completo silencio a pesar del ruido, con todos mis sentidos externos desconectados, y mi mente sólo percibiendo la sensación de ella, de su suave lengua, de su dulce aliento, infinitamente lento, nuestras lenguas se movieron. Con mis labios rocé su rostro, sus ojos, sus mejillas, su cuello, y termine inevitablemente hundido en su cabello. Tal vez fue una sensación maternal, un segundo de eterna paz, una fracción de tiempo avisándome la inevitable llegada del deseo.

Y fue ella, quien, traicionada por su cuerpo, terminó demostrando su profunda ambición de amor, induciendo en mi el despertar del intenso instinto sexual, rompiendo mi sueño de amor, mi noche de inocencia, mi cuento infantil.

Ahora sólo deseaba poseerla, con todos mis sentidos despiertos, recordé, recorrí, todos los posibles lugares. Tomamos un poco más, y en la noche iluminada caminamos a nuestro destino, felices, con la húmeda sensación en nosotros.
Llegamos al frío parque, escondido, silencioso. Y sin embargo gritamos, bailamos, ella en algo como ruso, yo en español. Y nos reímos, pero cuanto?, interminablemente.

La tome en mis brazos, de espaldas a mi, como queriendo apagar el rojo fuego de su melena. La bese en el cuello, mordiendo sus hombros, dejando mi dentadura marcada en su piel, y ella sus suspiros en mis oídos. Metí mis manos debajo de su ropa, buscando el calor de sus senos, pequeños, firmes. Los tomé delicadamente, sintiendo sus duros pezones mientras ella sentía la dureza de mi cuerpo apoyada entre sus nalgas. Instintivamente asumió una postura de sumisión, deseando ser poseída por mí, inclinada hacia delante, y yo, instintivamente abrí mi pantalón. Probamos la elasticidad de su ropa, al frotarnos cada vez más fuerte.

Ella se giró, quedando frente a mí, y de inmediato se agachó, quedando frente a mi pene. Con su lengua fue recorriendo toda la extensión del miembro, fusionando su saliva con mis líquidos, creando una excitante mezcla en su boca. Lo fue metiendo cada vez más profundo, y yo gimiendo cada vez más. Mordió suavemente la piel frontal de mi pene, lo cual me resultó de irresistible goce. Y la fantástica imagen de su rostro dándome placer, ojos cerrados, cabello suelto, olor a sexo, amenazaba con derramar todo mi ser dentro de su boca, así que, casi a la fuerza la detuve, rogándole que me dejara actuar, diciéndole que esta noche yo era su esclavo, pensando en dejar muy alto nuestro lindo continente latinoamericano.

Nos tiramos en la fría grama, le quité lentamente sus pantalones, descubriendo sus blancas piernas, sus suaves muslos. El olor me resultó irresistible. Por algún oculto fetiche no quise quitarle sus pantaletas, tan sólo moverlas un poco, lo suficiente para que mi lengua llegará probar toda su humedad. Me sumergí en ella, recorriendo todo, mordiendo, chupando, besándola. Llegué a su punto de placer, la note estremecer, y, como un lince que persigue su presa, corrí por las praderas de la infinita lujuria, los mismos movimientos, rítmicos, haciendo fluir más y más placer, más humedad. Mis labios desbordados con sus líquidos, mis mandíbulas dolorosamente adormecidas, mi orgullo a explotar, sus gemidos acariciando mis oídos. Y, dando alcance a la presa, capture su orgasmo, hundí mi lengua en el, lo extendí, expuse su verdadera naturaleza, mientras ella hundía, dentro de si, mi rostro, halando mi cabello, convertidos en auténticos animales, fieras.

La levanté, a cuatro patas, salvaje. Mordí sus nalgas, todo era fluidos, todas sus partes chorreaban placer, metí mi lengua en su mar. Su cara tocaba la grama, sus tetas, al aire. Y grito que entrara (no se si ella entendía lo que decía), ENTRA EN MI, hazlo ya!. Rompí su pantaleta, volaron mis pantalones.

Creo que fue el mejor momento, la primera penetración, el descubrirme dentro de ella, la perfecta escena de su espalda, su cabello rojo, su culo levantado, lo profundo que llegó, su gemido de lujuria, lo caliente de su sexo, la fantasía máxima hecha realidad, el, una vez más, olor a sexo. Así me quedé, moviéndome lentamente, en trance, inclinado sobre ella. Con una mano palpando la increíble realidad de mi penetración, frotando su centro de placer, con la otra apretando sus nalgas.

La empuje hacia mí, y sin querer sacarlo, me senté. Ella, riendo por nuestro placer, torpemente, se sentó sobre mí, de espalda hacia mi cara. Tomé su pelo, halándolo rítmicamente, sintiéndolo, me incliné buscando sus tetas. Aceleró sus movimientos, halé más duro su pelo, ahora mis testículos estaban completamente mojados. Posé mis manos en sus caderas, forzando su cuerpo a ser penetrado más profundo cada vez, ella cabalgo sobre mi por mucho rato, yo miraba las ramas del árbol sobre nosotros, tratando de alejar mi orgasmo lo más posible. Se recostó sobre mi, descansando de tanto gusto, volteó su cara, besándome dulcemente, mirándonos sin poder creerlo.

Finalmente se volteó, quedando sobre mi, mi rostro frente al de ella. Empezamos el camino a la cúspide. Tirando de su pelo atraje su rostro hasta tocar su frente con la mía, mirándonos, retándonos, riéndonos. El ritmo se aceleró, ambos sabíamos como manejarnos, como complacer nuestros dóciles cuerpos, nuestras mentes salvajes. Empujaba todo mi cuerpo contra ella, que al chocar la estremecía violentamente, haciéndola vibrar toda, su sudor cubría todo, a veces perdíamos el compás del movimiento, como resultado de nuestro desbocado deseo. Nos hundimos en un beso irracional, con mordiscos, succión, atropelladamente. Le dije miles elogios en español, ella en estonio, le dije que la amaba, que la amaba.

Y notando lo irreversible del orgasmo, cerré mis ojos, y la sensación fue creciendo, apreté mis manos con su pelo entre mis dedos, me pegue lo más que pude a ella y ella a mi, grité, y todo fluyo, inundándola de pura alegría, de puro placer, de calor, de energía eterna, sentí el doloroso placer en cada parte de mi, la presión de mis músculos desbordados de no se que droga orgásmica, la imagen del perfecto cielo en mi mente, y de su cabello rojo. Y luego, después de que el tsunami de goce inundará cada rincón de mi, vino la calma. Los ojos azules de ella posados en mí, grabando cada momento, cada segundo de lo vivido. Las risas vinieron de forma inevitable, risas de placer, risas de verdadera felicidad, de haber marcado brutalmente nuestros destinos.

Nos vestimos lentamente, sintiendo frío. Nos tumbamos cerca el uno del otro. La abracé y olvidé todo, todo, todo este mundo, y sólo encontré mi lugar, dentro de mí, completamente en el paraíso, lejos de la idea de que al día siguiente tendría que volver a mi país, y que no soportaría alejarme de una verdad que me haría temblar eternamente al no poder tenerla cada noche.

Kamox
10 de abril. 2010.